viernes, 23 de octubre de 2009

La obra de José Martí como una tradición de "filosofía latinoamericana"

Veo en la obra de Martí una tradición de "filosofía latinoamericana" porque en ella hay un modelo concreto de ejercicio de pensamiento crítico y responsable; es decir, de un pensamiento que supo tocar realidad en su tiempo, descubrir las verdaderas urgencias de su época y de su contexto; y de esbozar, además, un plan para la transformación histórica de las realidades que confrontaba.
De esta suerte la obra martiana aparece como ejercicio de un pensamiento crítico-ético que no repite ni aplica una filosofía determinada porque él mismo es ejercicio vivo de filosofía; es momento fundacional de filosofía porque hace lo que siempre hizo, y lo que siempre hará, quien recrea la filosofía desde su circunstancia, a saber, pensar la realidad y responsabilizarse de ella.
Muy brevemente trataré entonces de mostrar ahora cómo en la obra martiana hay una praxis específica de filosofía; y que es por eso por lo que considero que el verdadero valor filosófico de Martí no está en averiguar qué pudo saber de esta o aquella escuela filosófica, sino en descubrir que su praxis de la filosofía contiene un momento fundacional para eso que hoy llamamos "filosofía latinoamericana".
Señalaré en primer lugar, por parecerme básico, la conciencia que tenía el propio Martí de que erudición filosófica no es sinónimo de capacidad filosófica. O sea que Martí sabía y sentía que hacer filosofía y hacer o enseñar historia de la filosofía son dos cosas muy distintas. En uno de sus fragmentos anotaba a este respecto: "Puedo hacer dos libros: uno dando a entender que sé lo que han escrito los demás: –placer a nadie útil, y no especialmente mío. Otro, estudiándome a mí por mí, placer original, e independiente. Redención mía por mí, que gustaría a los que quieran redimirse. Prescindo, pues, de cuanto sé, y entro en mi Ser. ¿Que qué somos? ¿Que qué éramos? ¿Que qué podemos ser?" (OC 19, 360). Y en otro añade: "Ud. me ha de perdonar que no le cite libros, no porque no lea yo uno que otro, que es aun más de lo que deseo, sino porque el libro que más me interesa es el de la vida, que es también el más difícil de leer ..." (OC 21, 386).
La praxis de filosofía que cultiva Martí es así, a mi modo de ver, el resultado directo de una actitud filosófica auténtica. Hay en Martí una opción por el pensar crítico que afronta realidades; y en contra, consecuentemente, de la actitud cómoda del erudito que se instala en lo ya pensado para no correr el riesgo de iniciar un proceso de pensamiento autónomo. Acaso sin saberlo está Martí poniendo en práctica el consejo de Kant a los que quieren hacer filosofía: ¡No aprendan sistemas, aprendan a pensar por sí mismos! (12).
Por eso Martí no enseña historia de las ideas sino que su obra muestra cómo nacen ideas en un proceso histórico de análisis crítico de realidades. De aquí que lo quiero señalar en segundo lugar, pueda resumirse diciendo que la praxis filosófica de Martí se deja guiar por el principio de que la racionalidad filosófica viva es la que nace de la confrontación crítica con la realidad y se constituye así, sobre la base de la observación y la reflexión contextuada, en razón práctica o, como prefería decir Martí, en "razón experimental" (OC 19, 362).
Pero si filosofar es observar la realidad y experimentar con ella es porque Martí ve en esta actitud de análisis crítico el paso primero imprescindible para que el filósofo pueda avanzar en su trabajo dando un paso más, a saber, el de buscar las formas adecuadas para influir en el curso histórico. Hay, pues, en la praxis filosófica de Martí un tercer aspecto complementario de los anteriores, que concretiza su modo de hacer filosofía en el sentido de un tipo de reflexión interventora en la marcha de la historia humana. Para Martí, como él mismo subrayó, la filosofía es, al mismo tiempo, reflexión observadora que trata de ver "por dónde va la vida humana" y de establecer los modos de "cómo se influye en ella" (OC 13, 193).
Por eso quiero señalar en cuarto lugar que la praxis de la filosofía ejercitada por Martí desemboca en un tipo de filosofía que yo llamo filosofía resolutiva porque se trata de un filosofar que quiere ser saber de realidades para contribuir a la solución de los problemas que impiden la vida real digna de los seres humanos.
En quinto lugar me permito destacar un último aspecto en la praxis de la filosofía que se cultiva en la obra de Martí. Lo he llamado un aspecto; pero, estrictamente hablando, se trata de algo más profundo porque no informa un campo determinado de su praxis filosófica ni significa un conocimiento de validez regional, sino que por el contrario cumple la función de norte en la brújula que le da Martí al quehacer del filósofo. Me refiero a la opción de Martí por un humanismo ético centrado en la toma de partido por los oprimidos, por los pobres de la tierra (OC 6, 19; y 16, 67).
Esta praxis martiana de la filosofía, cuyos rasgos esenciales acabo de sintetizar, se puede comprobar prácticamente en toda su obra. No es aquí el lugar de demostrarlo en detalle. Por eso me limito a la mención de algunos momentos de particular importancia. Así, por ejemplo, sus crónicas sobre la vida social y cultural de los Estados Unidos (OC 9-13), donde se evidencia el ejercicio de una filosofía social y política que, sobre la base del análisis concreto de situaciones históricas, sabe detectar las contradicciones de la época y proponer pautas para su superación. Aquí perfila Martí, además, su ideal de una sociedad igualitaria y solidaria. Y cómo no mencionar el ejemplo de su poesía y de sus aforismos y fragmentos, comunicadores de intuiciones profundas de su filosofía de relación como fundamento poliperspectivo para desarrollar el plan de una universalidad ecuménica donde cada ser humano puede inscribir en su proceso de identidad realizada aquel lema inter-transcultural de:
Yo vengo de todas partes,Y hacia todas partes voy:Arte soy entre las artes,En los montes, montesoy (OC 16, 63)
Pero cómo pasar por alto sus análisis y estudios dedicados a Nuestra América. En realidad es aquí donde la obra martiana documenta con más fuerza su carácter de praxis filosófica. También aquí tengo que limitarme a lo más ejemplar. Y escojo para ilustrar la praxis filosófica de Martí como fundadora de una tradición ese texto clásico, conocido por todos, que es el ensayo Nuestra América. Para mí, en efecto, Nuestra América es el programa donde Martí condensa un modelo de filosofar que yo llamaría filosofía nuestra-americana. Tal sería, por cierto, la tradición que funda Martí en la "filosofía latinoamericana". Veamos, pues, las características fundamentales de esa filosofía nuestra-americana.
Se trata, primero, de una filosofía resolutiva que se ejerce según el principio de que "conocer es resolver" (OC 6, 19); y que se concretiza aquí, como no podía ser menos, en la realidad doliente de Nuestra América. Esto es, porque se trata de un conocer contextual que debe resolver problemas contextuales, ese principio es la fórmula teórico-práctica de una filosofía inculturada que sabe que "ni el libro europeo ni el libro yanki, daban la clave del enigma hispanoamericano" (OC 6, 20) y que, por eso mismo, nace con la exigencia de crear sus soluciones y perspectivas desde su propio suelo. De aquí que Martí complemente dicho principio advirtiendo lo siguiente: "... pero el pensamiento empieza a ser de América. Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden la mano en la masa, y la levantan con la levadura de su sudor. Entienden que se imita demasiado, y que la solución está en crear. Crear es la palabra de pase de esta generación" (OC 6, 20).
Como filosofía resolutiva desde la realidad americana y para ésta, es la filosofía nuestra-americana de Martí una forma de filosofía en la que América es a la vez objeto y sujeto del pensar. O sea que Martí no piensa sólo sobre América. Piensa igualmente desde América y con la palabra de América. Filosofía nuestra-americana es el discurso que ensaya América como expresión de sí misma. Pues es el pensamiento de los que "en las repúblicas de indios, aprenden indio" (OC 6, 18).
Con esta praxis de la filosofía –permítase el paréntesis– Martí aboga claramente por una filosofía local; pero hay que observar que esta afirmación de lo local se hace como consecuencia del imperativo de ser eficaz que pesa sobre la filosofía resolutiva, y no en razón de un querer aislarse o separarse de la comunidad humana. La afirmación martiana de lo diverso-particular no separa de lo universal, sino que al contrario es condición para abrirse al intercambio con el mundo todo. Recuérdese aquel otro principio: "Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas" (OC 6, 18).
En Nuestra América Martí practica un modelo de filosofía que se distingue, segundo, por ser filosofía practicada desde la óptica de los marginados y oprimidos por el sistema opresor del colonialismo. Por esto la opción por los pobres de la tierra, ya mencionada, se concretiza aquí en el esbozo de una perspectiva de filosofía política que busca su norte precisamente en la voluntad de "afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores" (OC 6, 19).
La filosofía nuestro-americana se manifiesta así como un tipo de filosofía comprometida, es decir –y como también se dijo–, de filosofía que interviene en la realidad para transformarla a favor de los más necesitados y humillados. Esta es acaso la significación última de aquella densa y famosa frase: "Pensar es servir" (OC 6, 22).
En tercer lugar diría que la práctica filosófica de Martí, tal como se condensa en el ensayo que comento, se caracteriza por ser filosofía pre-visora. Nuestra América muestra, en efecto, cómo Martí interviene en lo real con el apoyo analítico de la observación de lo real, pero al mismo tiempo con un plan estructurado de cambio, con una idea, con un plan. Las ideas en la filosofía nuestro-americana –filosofía en la que, dicho sea de paso, se corrige la bifurcación descontrolada de la razón filosófica en una razón teórica y otra práctica– son, en realidad, planes de acción; modos de pre-ver realidades posibles y de trabajar por ellas. Pues se trata de la "idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo ..." (OC 6, 15).
Por último nombraría una cuarta característica de la praxis filosófica de Martí en Nuestra América; y consistiría en lo que llamaría la consciencia de la historicidad y contingencia del pensamiento o, más exactamente todavía, de la articulación expresiva del pensar. En efecto, pues Martí, precisamente por practicar un pensar histórico-contextual, sabe que "las ideas absolutas, para no caer por un yerro de forma, han de ponerse en formas relativas" (OC 6, 20). La forma humana apropiada para hablar de lo que nos parece absoluto, no es otra que la aproximación histórica, esto es, el discurso situado; y, por tanto, contingente y relativo. Pero de aquí precisamente el imperativo de aprender a pensar poniendo en relación las formas contingentes. Relativismo es el aislamiento de la contingencia vivida. Martí no lo fomenta. Al contrario, le quita su fundamento al proponer justamente relacionar las formas relativas en que nos aproximamos a lo absoluto. Por esto veo en su modelo de filosofía no relativismo sino interdiscursividad contextual y cultural que no necesita uniformizar ni disciplinar ninguna forma de expresión para visualizar lo absoluto porque intuye que éste sólo se puede experimentar a través de la comunión y de la solidaridad entre las diferencias.
Notas
(12) Cfr. Immanuel Kant, Werke in zwölf Bänden, tomo VI, Frankfurt/M. 1968, p. 448ff.

Raúl Fornet-BetancourtAachen, Alemania

domingo, 18 de octubre de 2009

Nuestra América- José Martí



Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el Cielo, que van por el aire dormidos engullendo mundos. Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo en la cabeza, sino con las armas en la almohada, como los varones de Juan de Castellanos: las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra.
No hay proa que taje una nube de ideas. Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la bandera mística del juicio final, a un escuadrón de acorazados. Los pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos. Los que enseñan los puños, como hermanos celosos, que quieren los dos la misma tierra, o el de casa chica, que le tiene envidia al de casa mejor, han de encajar, de modo que sean una, las dos manos. Los que, al amparo de una tradición criminal, cercenaron, con el sable tinto en la sangre de sus mismas venas, la tierra del hermano vencido, del hermano castigado más allá de sus culpas, si no quieren que les llame el pueblo ladrones, devuélvanle sus tierras al hermano. Las deudas del honor no las cobra el honrado en dinero, a tanto por la bofetada. Ya no podemos ser el pueblo de hojas, que vive en el aire, con la copa cargada de flor, restallando o zumbando, según la acaricie el capricho de la luz, o la tundan y talen las tempestades; ¡los árboles se han de poner en fila para que no pase el gigante de las siete legua! Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes.
A los sietemesinos sólo les faltará el valor. Los que no tienen fe en su tierra son hombres de siete meses. Porque les falta el valor a ellos, se lo niegan a los demás. No les alcanza al árbol difícil el brazo canijo, el brazo de uñas pintadas y pulsera, el brazo de Madrid o de París, y dicen que no se puede alcanzar el árbol. Hay que cargar los barcos de esos insectos dañinos, que le roen el hueso a la patria que los nutre. Si son parisienses o madrileños, vayan al Prado, de faroles, o vayan a Tortoni, de sorbetes. ¡Estos hijos de carpintero, que se avergüenzan de que su padre sea carpintero! ¡Estos nacidos en América, que se avergüenzan, porque llevan delantal indio, de la madre que los crió, y reniegan, ¡bribones!, de la madre enferma, y la dejan sola en el lecho de las enfermedades! Pues, ¿quién es el hombre? ¿el que se queda con la madre, a curarle la enfermedad, o el que la pone a trabajar donde no la vean, y vive de su sustento en las tierras podridas con el gusano de corbata, maldiciendo del seno que lo cargó, paseando el letrero de traidor en la espalda de la casaca de papel? ¡Estos hijos de nuestra América, que ha de salvarse con sus indios, y va de menos a más; estos desertores que piden fusil en los ejércitos de la América del Norte, que ahoga en sangre a sus indios, y va de más a menos! ¿Estos delicados, que son hombres y no quieren hacer el trabajo de hombres! Pues el Washington que les hizo esta tierra ¿se fue a vivir con los ingleses, a vivir con los ingleses en los años en que los veía venir contra su tierra propia? ¡Estos «increíbles» del honor, que lo arrastran por el suelo extranjero, como los increíbles de la Revolución francesa, danzando y relamiéndose, arrastraban las erres!
Ni ¿en qué patria puede tener un hombre más orgullo que en nuestras repúblicas dolorosas de América, levantadas entre las masas mudas de indios, al ruido de pelea del libro con el cirial, sobre los brazos sangrientos de un centenar de apóstoles? De factores tan descompuestos, jamás, en menos tiempo histórico, se han creado naciones tan adelantadas y compactas. Cree el soberbio que la tierra fue hecha para servirle de pedestal, porque tiene la pluma fácil o la palabra de colores, y acusa de incapaz e irremediable a su república nativa, porque no le dan sus selvas nuevas modo continuo de ir por el mundo de gamonal famoso, guiando jacas de Persia y derramando champaña. La incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales, de composición singular y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos, de diecinueve siglos de monarquía en Francia. Con un decreto de Hamilton no se le para la pechada al potro del llanero. Con una frase de Sieyès no se desestanca la sangre cuajada de la raza india. A lo que es, allí donde se gobierna, hay que atender para gobernar bien; y el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país, y cómo puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce, y disfrutan todos de la abundancia que la Naturaleza puso para todos en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas. El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país. La forma de gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país.
Por eso el libro importado ha sido vencido en América por el hombre natural. Los hombres naturales han vencido a los letrados artificiales. El mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico. No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza. El hombre natural es bueno, y acata y premia la inteligencia superior, mientras esta no se vale de su sumisión para dañarle, o le ofende prescindiendo de él, que es cosa que no perdona el hombre natural, dispuesto a recobrar por la fuerza el respeto de quien le hiere la susceptibilidad o le perjudica el interés. Por esta conformidad con los elementos naturales desdeñados han subido los tiranos de América al poder; y han caído en cuanto les hicieron traición. Las repúblicas han purgado en las tiranías su incapacidad para conocer los elementos verdaderos del país, derivar de ellos la forma de gobierno y gobernar con ellos. Gobernante, en un pueblo nuevo, quiere decir creador.
En pueblos compuestos de elementos cultos e incultos, los incultos gobernarán, por su hábito de agredir y resolver las dudas con su mano, allí donde los cultos no aprendan el arte del gobierno. La masa inculta es perezosa, y tímida en las cosas de la inteligencia, y quiere que la gobiernen bien; pero si el gobierno le lastima, se lo sacude y gobierna ella. ¿Cómo han de salir de las universidades los gobernantes, si no hay universidad en América donde se enseñe lo rudimentario del arte del gobierno, que es el análisis de los elementos peculiares de los pueblos de América? A adivinar salen los jóvenes al mundo, con antiparras yanquis o francesas, y aspiran a dirigir un pueblo que no conocen. En la carrera de la política habría de negarse la entrada a los que desconocen los rudimentos de la política. El premio de los certámenes no ha de ser para la mejor oda, sino para el mejor estudio de los factores del país en que se vive. En el periódico, en la cátedra, en la academia, debe llevarse adelante el estudio de los factores reales del país. Conocerlos basta, sin vendas ni ambages; porque el que pone de lado, por voluntad u olvido, una parte de la verdad, cae a la larga por la verdad que le faltó, que crece en la negligencia, y derriba lo que se levanta sin ella. Resolver el problema después de conocer sus elementos, es más fácil que resolver el problema sin conocerlos. Viene el hombre natural, indignado y fuerte, y derriba la justicia acumulada de los libros, porque no se administra en acuerdos con las necesidades patentes del país. Conocer es resolver.Conocer el país, y gobernarlo conforme al conocimiento es el único modo de librarlo de tiranías. La universidad europea ha de ceder a la universidad americana. La historia de América, de los incas acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria. Los políticos nacionales han de reemplazar a los políticos exóticos. Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas. Y calle el pedante vencido; que no hay patria en que pueda tener el hombre más orgullo que en nuestras dolorosas repúblicas americanas.
Con los pies en el rosario, la cabeza blanca y el cuerpo pinto de indio y criollo, venimos, denodados, al mundo de las naciones. Con el estandarte de la Virgen salimos a la conquista de la libertad. Un cura, unos cuantos tenientes y una mujer alzan en México la república, en hombros de los indios. Un canónigo español, a la sombra de su capa, instruye la libertad francesa a unos cuantos bachilleres magníficos, que ponen de jefe de Centro América contra España al general de España. Con los hábitos monárquicos, y el Sol por pecho, se echaron a levantar pueblos los venezolanos por el Norte y los argentinos por el Sur. Cuando los dos héroes chocaron, y el continente iba a temblar, uno, que no fue el menos grande, volvió riendas. Y como el heroísmo en la paz es más escaso, porque es menos glorioso que el de la guerra; como al hombre le es más fácil morir con honra que pensar con orden; como gobernar con los sentimientos exaltados y unánimes es más hacedero que dirigir, después de la pelea, los pensamientos diversos, arrogantes, exóticos o ambiciosos; como los poderes arrollados en la arremetida épica zapaban, con la cautela felina de la especie y el peso de lo real, el edificio que habían izado, en las comarcas burdas y singulares de nuestra América mestiza, en los pueblos de pierna desnuda y casaca de París, la bandera de los pueblos nutridos de savia gobernante en la práctica continua de la razón y de la libertad; como la constitución jerárquica de las colonias resistía la organización democrática de la República, o las capitales de corbatín dejaban en el zaguán al campo de bota y potro, o los redentores bibliógenos no entendieron que la revolución que triunfó con el alma de la tierra había de gobernar, y no contra ella ni sin ella, entró a padecer América, y padece, de la fatiga de acomodación entre los elementos discordantes y hostiles que heredó de un colonizador despótico y avieso, y las ideas y formas importadas que han venido retardando, por su falta de realidad local, el gobierno lógico. El continente descoyuntado durante tres siglos por un mando que negaba el derecho del hombre al ejercicio de su razón, entró, desatendiendo o desoyendo a los ignorantes que lo habían ayudado a redimirse, en un gobierno que tenía por base la razón; la razón de todos en las cosas de todos, y no la razón universitaria de unos sobre la razón campestre de otros. El problema de la independencia no era el cambio de formas, sino el cambio de espíritu.
Con los oprimidos había que hacer una causa común, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores. El tigre, espantado del fogonazo, vuelve de noche al lugar de la presa. Muere echando llamas por los ojos y con las zarpas al aire. No se le oye venir, sino que viene con zarpas de terciopelo. Cuando la presa despierta, tiene al tigre encima. La colonia continuó viviendo en la república; y nuestra América se está salvando de sus grandes yerros -de la soberbia de las ciudades capitales, del triunfo ciego de los campesinos desdeñados, de la importación excesiva de las ideas y fórmulas ajenas, del desdén inicuo e impolítico de la raza aborigen-, por la virtud superior, abonada con sangre necesaria, de la república que lucha contra la colonia. El tigre espera, detrás de cada árbol, acurrucado en cada esquina. Morirá, con las zarpas al aire, echando llamas por los ojos.
Pero «estos países se salvarán», como anunció Rivadavia el argentino, el que pecó de finura en tiempos crudos; al machete no le va vaina de seda, ni el país que se ganó con lanzón se puede echar el lanzón atrás, porque se enoja y se pone en la puerta del Congreso de Iturbide «a que le hagan emperador al rubio». Estos países se salvarán porque, con el genio de la moderación que parece imperar, por la armonía serena de la Naturaleza, en el continente de la luz, y por el influjo de la lectura crítica que ha sucedido en Europa a la lectura de tanteo y falansterio en que se empapó la generación anterior, le está naciendo a América, en estos tiempos reales, el hombre real.
Éramos una visión, con el pecho de atleta, las manos de petimetre y la frente de niño. Éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España. El indio, mudo, nos daba vueltas alrededor, y se iba al monte, a la cumbre del monte, a bautizar a sus hijos. El negro, oteado, cantaba en la noche la música de su corazón, solo y desconocido, entre la olas y las fieras. El campesino, el creador, se revolvía, ciego de indignación, contra la ciudad desdeñosa, contra su criatura. Éramos charreteras y togas, en países que venían al mundo con la alpargata en los pies y la vincha en la cabeza. El genio hubiera estado en hermanar, con la caridad del corazón y con el atrevimiento de los fundadores, la vincha y la toga; en desestancar al indio; en ir haciendo lado al negro suficiente; en ajustar la libertad al cuerpo de los que se alzaron y vencieron por ella. Nos quedó el oidor, y el general, y el letrado, y el prebendado. La juventud angélica, como de los brazos de un pulpo, echaba al Cielo, para caer con gloria estéril, la cabeza, coronada de nubes. El pueblo natural, con el empuje del instinto, arrollaba, ciego de triunfo, los bastones de oro. Ni el libro europeo, ni el libro yanqui, daban la clave del enigma hispanoamericano. Se probó el odio, y los países venían cada año a menos. Cansados del odio inútil de la resistencia del libro contra la lanza, de la razón contra el cirial, de la ciudad contra el campo, del imperio imposible de las castas urbanas divididas sobre la nación natural, tempestuosa e inerte, se empieza, como sin saberlo, a probar el amor. Se ponen en pie los pueblos, y se saludan. «¿Cómo somos?» se preguntan; y unos a otros se van diciendo cómo son. Cuando aparece en Cojímar un problema, no van a buscar la solución a Dantzig. Las levitas son todavía de Francia, pero el pensamiento empieza a ser de América. Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden las manos en la masa, y la levantan con la levadura del sudor. Entienden que se imita demasiado, y que la salvación está en crear. Crear es la palabra de pase de esta generación. El vino, de plátano; y si sale agrio, ¡es nuestro vino! Se entiende que las formas de gobierno de un país han de acomodarse a sus elementos naturales; que las ideas absolutas, para no caer por un yerro de forma, han de ponerse en formas relativas; que la libertad, para ser viable, tiene que ser sincera y plena; que si la república no abre los brazos a todos y adelanta con todos, muere la república. El tigre de adentro se echa por al hendija, y el tigre de afuera. El general sujeta en la marcha la caballería al paso de los infantes. O si deja a la zaga a los infantes, le envuelve el enemigo la caballería. Estrategia es política. Los pueblos han de vivir criticándose, porque la crítica es la salud; pero con un solo pecho y una sola mente. ¡Bajarse hasta los infelices y alzarlos en los brazos! ¡Con el fuego del corazón deshelar la América coagulada! ¡Echar, bullendo y rebotando, por las venas, la sangre natural del país! En pie, con los ojos alegres de los trabajadores, se saludan, de un pueblo a otro, los hombres nuevos americanos. Surgen los estadistas naturales del estudio directo de la Naturaleza. Leen para aplicar, pero no para copiar. Los economistas estudian la dificultad en sus orígenes. Los oradores empiezan a ser sobrios. Los dramaturgos traen los caracteres nativos a la escena. Las academias discuten temas viables. La poesía se corta la melena zorrillesca y cuelga del árbol glorioso el chaleco colorado. La prosa, centelleante y cernida, va cargada de idea. Los gobernadores, en las repúblicas de indios, aprenden indio.
De todos sus peligros se va salvando América. Sobre algunas repúblicas está durmiendo el pulpo. Otras, por la ley del equilibrio, se echan a pie a la mar, a recobrar, con prisa loca y sublime, los siglos perdidos. Otras, olvidando que Juárez paseaba en un coche de mulas, ponen coche de viento y de cochero a una pompa de jabón; el lujo venenoso, enemigo de la libertad, pudre al hombre liviano y abre la puerta al extranjero. Otras acendran, con el espíritu épico de la independencia amenazada, el carácter viril. Otras crían, en la guerra rapaz contra el vecino, la soldadesca que puede devorarlas. Pero otro peligro corre, acaso, nuestra América, que no le viene de sí, sino de la diferencia de orígenes, métodos e intereses entre los dos factores continentales, y es la hora próxima en que se le acerque, demandando relaciones íntimas, un pueblo emprendedor y pujante que la desconoce y la desdeña. Y como los pueblos viriles, que se han hecho de sí propios, con la escopeta y la ley, aman, y sólo aman, a los pueblos viriles; como la hora del desenfreno y la ambición, de que acaso se libre, por el predominio de lo más puro de su sangre, la América del Norte, o en que pudieran lanzarla sus masas vengativas y sórdidas, la tradición de conquista y el interés de un caudillo hábil, no está tan cercana aún a los ojos del más espantadizo, que no dé tiempo a la prueba de altivez, continua y discreta, con que se la pudiera encara y desviarla; como su decoro de república pone a la América del Norte, ante los pueblos atentos del Universo, un freno que no le ha de quitar la provocación pueril o la arrogancia ostentosa o la discordia parricida de nuestra América, el deber urgente de nuestra América es enseñarse como es, una en alma e intento, vencedora veloz de un pasado sofocante, manchada sólo con sangre de abono que arranca a las manos la pelea con las ruinas, y la de las venas que nos dejaron picadas nuestros dueños. El desdén del vecino formidable, que no la conoce, es el peligro mayor de nuestra América; y urge, porque el día de la visita está próximo, que el vecino la conozca, la conozca pronto, para que no la desdeñe. Por el respeto, luego que la conociese, sacaría de ella las manos. Se ha de tener fe en lo mejor del hombre y desconfiar de lo peor de él. Hay que dar ocasión a lo mejor para que se revele y prevalezca sobre lo peor. Si no, lo peor prevalece. Los pueblos han de tener una picota para quien les azuza a odios inútiles; y otra para quien no les dice a tiempo la verdad.
No hay odio de razas, porque no hay razas. Los pensadores canijos, los pensadores de lámparas, enhebran y recalientan las razas de librería, que el viajero justo y el observador cordial buscan en vano en la justicia de la Naturaleza, donde resalta en el amor victorioso y el apetito turbulento, la identidad universal del hombre. El alma emana, igual y eterna, de los cuerpos diversos en forma y en color. Peca contra la Humanidad el que fomente y propague la oposición y el odio de las razas. Pero en el amasijo de los pueblos se condensan, en la cercanía de otros pueblos diversos, caracteres peculiares y activos, de ideas y de hábitos, de ensanche y adquisición, de vanidad y de avaricia, que del estado latente de preocupaciones nacionales pudieran, en un período de desorden interno o de precipitación del carácter acumulado del país, trocarse en amenaza grave para las tierras vecinas, aisladas y débiles, que el país fuerte declara perecederas e inferiores. Pensar es servir. Ni ha de suponerse, por antipatía de aldea, una maldad ingénita y fatal al pueblo rubio del continente, porque no habla nuestro idioma, ni ve la casa como nosotros la vemos, ni se nos parece en sus lacras políticas, que son diferentes de las nuestras; ni tiene en mucho a los hombres biliosos y trigueños, ni mira caritativo, desde su eminencia aún mal segura, a los que, con menos favor de la Historia, suben a tramos heroicos la vía de las repúblicas; ni se han de esconder los datos patentes del problema que puede resolverse, para la paz de los siglos, con el estudio oportuno y la unión tácita y urgente del alma continental. ¡Porque ya suena el himno unánime; la generación actual lleva a cuestas, por el camino abonado por los padres sublimes, la América trabajadora; del Bravo a Magallanes, sentado en el lomo del cóndor, regó el Gran Semí, por las naciones románticas del continente y por las islas dolorosas del mar, la semilla de la América nueva!

Publicado en: La Revista Ilustrada de Nueva York, 10 de enero de 1891.El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891.